lunes, 15 de noviembre de 2010
CAPRICHOS DEL DESTINO
Cuando Teresa dejó la pesada caja encima de una mesa que había visto vacía en aquél abarrotado desván, sentía como los músculos del brazo le escocían, lo que le llevó a pensar que tendría que volver a hacer ejercicio como hacía antes de la boda ya que, si no lo hacía aquella debilidad persistiría y luego le resultaría más difícil volver a la rutina de ejercicios.
Suspirando y frotándose uno de los brazos en un acto reflejo por intentar calmar el dolor, se dio la vuelta para volver al vestíbulo a por otra de las cajas que guardaría allí hasta que todas las estanterías estuvieran colocadas.
-¡Joder! -espetó con sorpresa y dolor cuando aterrizó de bruces en el suelo con un ruido sordo.
El dolor punzante que sintió en las rodillas le causó lágrimas en los ojos y le impidió hablar durante unos instantes. Mientras se frotaba las rodillas sentada en el suelo, miró la caja con la que había tropezado. Debido a que llevaba las manos ocupadas con la caja no había encendido la luz al entrar y no había visto la dichosa caja al darse la vuelta. Preguntándose cómo demonios había conseguido llegar hasta la mesita sin tropezar, alargó la mano y se acercó la caja arrastrándola hacia si. Era grande, aunque no pesaba demasiado, por lo que dedujo que no debía de estar muy llena.
Suspirando, algo dolorida aún, se removió para sentarse al estilo turco e inclinó la caja hacia si para ver qué había dentro.
Tal y como había supuesto había pocas cosas. Pero las que había eran tan antiguas que despertaron su curiosidad al instante. Libros, varias cajas pequeñas, albúnes de fotos, algunos artículos que no sabía muy bien que eran... Teresa sonrió. Debían de ser cosas de su abuela, estaba casi convencida, podía reconocer algún álbum de fotos que otro bajo la oscuridad. Olvidándose del dolor en las rodillas se levantó de un salto y fue corriendo a dar la luz. Luego, volvió a por la caja y se sentó en la mecedora que había junto a una de las ventanas cercanas, por las que no entraba nada de luz debido a la capa de polvo que recubría los cristales.
Una vez acomodada, volvió a revolver en la caja y esta vez si pudo ver bien lo que había dentro. Efectivamente, eran los libros favoritos de su abuela, los álbunes de fotos que tantas veces había visto de pequeña, sentada en las rodillas de su abuelo y que le produjeron una punzada de nostalgia que la emocionó hasta el punto de que sus bonitos ojos verdes se llenaron de lágrimas. Conteniéndolas como pudo, fue dejando los objetos encima de la repisa de la ventana según los sacaba; la figura ajada de la tarta de bodas, las cajitas que contenían joyas antiguas y cartas, y por último, un pequeño cuaderno tamaño cuartilla que estaba al fondo de la caja y del cual cayó una fotografía al cogerlo.
Sin soltar el cuaderno, que luego supo que era un diario, cogió la fotografía. Ésta mostraba una escena que le resultó extrañamente familiar a pesar de que era la primera vez que la veía. Mientras observaba la fotografía con una mano tapándose la boca, comenzó a mecerse de forma involuntaria. Por alguna razón aquella foto le hacía emocionarse. Observó aquella imagen durante largo rato hasta que comprendió porqué la emocionaba y le resultaba tan familiar.
Aquella foto era igual que la que les habían sacado a su marido y a ella junto a su familia el día de su boda. Las mismas caras de felicidad en sus abuelos, los novios, y de resignación en las de sus familiares.
Al igual que les había pasado a sus abuelos, ella y Álvaro, su marido, se habían enamorado a pesar de que sus familias eran enemigas declaradas. En su caso, un desafortunado incidente entre los padres de ambos, amigos desde niños, había acabado con su amistad hasta el punto de que se odiaban casi a muerte. En el caso de las familias de sus abuelos, la guerra civil había sido la culpable ya que unos pertenecían a un bando y otros a otro.
Teresa se mordió el labio inferior sin apartar la mirada de la foto recordando lo mucho que habían sufrido Álvaro y ella hasta que por fin ambas familias entraron en razón y pudieron casarse. La historia de sus abuelos se había repetido en ella como por capricho del destino y, sin querer, la historia de sus abuelos regresó a sus recuerdos. Aquella historia que tantas veces le había contado su abuela cuando era pequeña y que había suscitado tantas fantasías entorno al amor, había vuelto a su memoria.
Su abuelo y ella se conocían desde niños pues eran vecinos, vivían puerta con puerta y sus padres eran amigos. Habían jugado juntos miles de veces junto con los demás niños del vecindario y, como consecuencia, cuando crecieron el hada madrina del amor les tocó con su varita mágica. Todo había salido a pedir de boca. Desde los quince años eran novios y ya con veinte, pensaban en casarse y formar una familia. Pero entonces estalló la guerra civil y las cosas cambiaron. A Raúl, su abuelo, lo enviaron a combatir con el Frente popular y a los hermanos de Adriana, su abuela, al bando nacional. Cada vez que contaba la historia, su abuela recordaba lo mal que lo había pasado mientras duró la guerra. No solo tenía que vivir con el miedo, la angustia y el horror de las bombas, los fusilamientos y demás atrocidades, sino que también sufría porque su familia no le dejaba acercarse siquiera a la familia de su novio. No podía preguntar por él y solo descansaba cuando recibía carta desde el frente, que era muy de vez en cuando quién sabía porqué. Cada vez que su abuela le contaba esto, los ojos se le anegaban en lágrimas. Siempre leía las cartas a escondidas de su familia ya que temía que si las veía su padre se las quitara. Después, una vez leídas, las guardaba en una caja pequeña que escondía en un hueco que había en la pared de su habitación el cual estaba oculto tras un gran cuadro de un campo de siega que había colgado su padre, precisamente para taparlo, unos años antes.
También recordó como le habían contado el año tan terrible que pasó sin tener noticias de él y como, unos meses antes de terminar la guerra, cuando los Nacionales tomaron el pequeño pueblo, su abuelo había salvado a toda la familia de su abuela de morir fusilados e incluso de ser arrestados. Ese detalle, había hecho ver a su bisabuelo, que el muchacho no era como imaginaba. Le había hecho darse cuenta de que había sido sincero la noche antes de partir a su destino cuando le juró que él sólo iba a combatir porque le obligaban, que él no entendía de política ni de nada de lo que estaba sucediendo, pero que amaba a su hija y volvería para casarse con ella aunque tuviera que pasar el resto de su vida demostrándole que él no pertenecía a ningún bando por voluntad propia. Aquél acto, demasiado peligroso para él, hizo que su bisabuelo dejara de lado su odio y permitiera que su hija se casara con el joven que les había salvado la vida en cuanto terminara la guerra.
Emocionada, sin poder contener las lágrimas al recordar aquello, Teresa dio la vuelta a la fotografía y leyó para sí la fecha que había escrita con tinta negra y la elegante letra de su abuela en el reverso; 20 octubre de 1939.
Casi no podía creerlo. De nuevo, el destino parecía divertirse con las coincidencias. Curiosamente, el 20 de octubre, dos meses antes de el momento en el que se encontraba, Álvaro y ella se habían dado el sí quiero que los había unido al fin, después de muchos sufrimientos.
Su historia con Álvaro no podía compararse con la de sus abuelos, por supuesto, pero le parecía casi irreal que, salvando las distancias, tuviera tantas similitudes.
Limpiándose las lagrimas que la habían traicionado saliendo de sus ojos ignorando su voluntad de no llorar, se levantó, guardó las cosas de su abuela en la caja que había subido ella del vestíbulo y bajó a recibir a su marido, que volvía en esos instantes del trabajo, con el pensamiento puesto en hacer algo con aquellas cosas para honrar la memoria de sus abuelos y que su historia no cayese en el olvido.
Bueno, aquí os dejo el relato que he escrito para el ejercicio de este mes del foro Adictos a la Escritura cuya consigna es la palabra fotografía.
Sé que va un poco tarde, pero como me dijeron que podía subirlo aún y como no se me ha ocurrido nada hasta ahora, pues aquí lo tenéis.
Espero que os guste y que me disculpéis si no está demasiado bien escrito, pero es que últimamente tengo serios problemas para escribir cualquier cosa.
Un beso muy grande y gracias por leer y comentar mi relato.
Etiquetas: Adictos a la escritura, ejercicios periódicos
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