EL OTRO LADO
La oscuridad lo envolvía todo. Tan oscuro estaba que sus ojos no se acostumbraban a semejante oscuridad, por mucho que se esforzaba en ello.
Al borde de las lágrimas, cayó de rodillas al suelo sin atreverse a moverse del sitio por miedo a lo que pudiera haber a su alrededor, incapaz de pensar en nada. Miró a su alrededor, intentando no dejarse llevar por el pánico del que empezaba a ser presa, en busca de algún atisbo de luz que le permitiera ver algo. Pero no halló nada. La oscuridad era total; y asfixiante. Extremadamente asfixiante.
Al borde del colapso, se tumbó en el frío suelo, o lo que fuera aquello dónde se sostenía, se abrazó las rodillas aovillándose cual feto en el vientre de su madre, y se dejó llevar por el pánico, recreándose en él a falta de pensamientos en los que concentrarse. La respiración le resultaba cada vez más dificultosa, los latidos del corazón parecían un martillo que retumbaba en todo su cuerpo y la sudoración se tornó fría y más abundante que nunca.
¿Cómo había llegado a ese extraño y perturbador lugar? ¿Dónde se encontraba? ¿Por que había llegado hasta allí? Estas eran las únicas preguntas que le vinieron a la mente cuando el pánico comenzó a remitir y su sistema se relajó para volver poco a poco a la normalidad. No podía responder a ninguna de ellas, de ningún modo. No sabía nada, ni recordaba nada, como tampoco sabía ni entendía por que, tan súbitamente como el pánico y la desesperación llegaron a ella, se fueron.
Cuando su cuerpo y su mente volvieron a la normalidad, no sabía cuánto tiempo había pasado, volvió a sentarse, con las piernas cruzadas y la respiración aún algo entrecortada, e instintivamente volvió a mirar a su alrededor. Seguía estando oscuro, pero ya no tanto como antes.
Se giró y encontró el motivo. A su espalda, en lo alto, algo parecido a una puerta cerrada desprendía luz blanca y brillante por sus bordes. Se puso de pie de un salto, riendo de forma nerviosa, aliviada y feliz de ver aquellos destellos luminosos que la salvaban de la abismal oscuridad en la que se había visto envuelta. Avanzó unos pasos, sin pensarlo dos veces, sin dar tiempo a sus ojos y su cerebro a enfocar bien, y tropezó con algo cayendo de bruces sobre algo. A pesar del embotamiento cerebral que había padecido, tuvo reflejos suficientes como para poner las manos en el suelo y girar la cabeza hacia un lado, evitando así romperse la cara en el golpe.
Se dio unos segundos para recuperarse del susto antes de levantarse y se dio cuenta de que había tropezado y caído contra unos escalones, o al menos eso parecían. Cuando finalmente se incorporó, se tomó su tiempo para adaptarse a la nueva luz del lugar y esto le permitió darse cuenta de que, en efecto, se había tropezado con un escalón, el primero de una escalera que conducía hasta la puerta de la cual se escapaba la luz.
Emocionada, ansiosa por escapar de aquella oscuridad agobiante, pero teniendo cuidado de no precipitarse para no caer de nuevo, comenzó a subir la escalera. Cuanto más subía, más claridad había, pero también parecía alejarse de ella y tuvo la sensación de que aquella escalera no tenía fin. Alentada por que, aún con todo, la luz no desaparecía, se paró durante unos minutos para tratar de relajarse y no dejarse llevar por la desesperación. Cuando creyó que estaba lo suficientemente estabilizada, continuó subiendo la escalera.
Ahora, no sabía por qué, sí parecía avanzar hasta la luz y ésta parecía, al mismo tiempo, más intensa y amplia, tanto que le costaba bastante distinguir la puerta que creía que se encontraba allí. No lo pensó mucho. Le daba igual si había o no puerta, si el tiempo allí donde fuera que se encontraba parecía no existir o si las escaleras parecían alejarse o acercarse de forma misteriosa. Solo quería escapar de la oscuridad.
Finalmente, al cabo de no sabía cuanto tiempo, llegó al fin de la escalera y lo que encontró la dejó con la boca abierta.
La puerta que había creído percibir, no estaba allí. Tan solo un precioso arco de piedra, enmarcado de hiedra y otros tipos de enredaderas que no reconocía pero que tenían flores preciosas cuyo aroma era tan atrayente como un imán. La emoción que sintió era difícil de describir con palabras. El corazón le latió con fuerza y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas de pura felicidad.
Comenzó a caminar de forma apresurada hacia aquél arco que desprendía paz y felicidad, pero el arco parecía alejarse nuevamente. Al mismo tiempo, le pareció sentir un tirón por la espalda, como si alguien tirase de ella alejándola de aquella maravillosa y tranquilizadora luz, abocándola de nuevo a la oscuridad. Se negó a ello con todas sus fuerzas y comenzó a correr hacia la luz que se alejaba, luchando contra el tirón que sentía.
Fueron momentos angustiosos los que pasó hasta que finalmente se acercó de nuevo al arco. La felicidad que sintió era inenarrable. Al otro lado del arco se divisaba el jardín, o bosque -no estaba muy segura-, más hermoso que había visto jamás. Ningún lugar del mundo podía compararse a aquél lugar y su imaginación, de haber intentado imaginar algo así, tampoco podría haber logrado crear algo similar, siquiera. Seguía sintiendo el tirón en la espalda, pero cada vez era menos fuerte. Avanzó unos pasos más hasta cruzar el umbral del arco, pero no pudo ir más lejos.
No supo de dónde habían llegado, pero un grupo de gente estaba delante de ella, impidiendo que pudiera avanzar más. No entendía nada, ¿qué hacían sus tíos allí? ¿Y sus abuelos? Todos ellos habían muerto hacía tiempo, sus tíos mucho antes de nacer ella, en un trágico accidente de tráfico. El pánico, volvió a apoderarse de ella, aunque en esta ocasión pasó pronto. No sabía dónde estaba ni porqué aquella gente le impedía avanzar, pero no le importaba.
–¿Qué está pasando? -logró preguntarse a sí misma, aunque todos parecieron escucharla.
Su abuelo paterno, a quien solo conocía por medio de fotografías, puesto que había muerto unos meses antes de su nacimiento, se adelantó hacia ella, hasta quedar muy cerca.
–Aún no es tu tiempo, mi querida niña -dijo sin mover los labios, aunque ella pudo escucharlo perfectamente.
–¿Cómo que no es mi tiempo? ¿A qué te refieres? ¿De qué no es mi tiempo? -la angustia se estaba apoderando de ella, y el tirón en su espalda aumentó considerablemente, convirtiéndose casi en doloroso.
–Aún no -dijo su abuelo, sin más explicaciones y le dio un empujón en el pecho que la expulsó de aquél hermoso y tranquilo lugar causándole un profundo dolor en el pecho. La oscuridad volvió a envolverla y perdió el conocimiento mucho antes de llegar al suelo.
Horas después, en una cama de hospital, repasaba lo ocurrido. Según le habían contado, un golpe en la cabeza con un frisbi extraviado al entrar al agua, le hizo perder el conocimiento y caer. Cuando lograron sacarla del agua no tenía pulso, estuvo veinte segundos muerta antes de que pudieran reanimarla.
Suspiró hondamente y cerró los ojos para dormir un rato. Había muerto, pasado al otro lado y regresado en veinte segundos, aunque a ella le había parecido mucho más, pero a pesar de saber eso, no sentía miedo.
Ahora sabía lo que había al otro lado. Ya no sentía miedo de la muerte.