Buenos y felices jueves a todos.
Hoy es día de publicar el ejercicio mensual del grupo de escritura, Adictos a la Escritura, que este mes consistía en escribir un microrrelato de 500 palabras como máximo, sobre uno de los tres temas que propusieron, sin incluír en éste las palabras prohíbidas.
En mi caso he escogido al hombre en una consulta dental con fobia a los dentistas. Las palabras prohíbidas en este caso son: miedo, terror, pánico, pavor, fobia.
Aquí tenéis mi ejercicio. Espero que os guste.
EL DENTISTA LOCO
Espantado
al encontrarse atado a aquella silla de pies y manos por unos
grilletes metálicos que le impedían moverse y le apretaban tanto
que le causaban un dolor tan punzante que le dejaban sin aliento,
pronto se arrepintió de haber acudido a la consulta del dentista.
Con
sudores fríos cayendo por su frente, agarrando con sorprendente
fuerza el borde del reposa brazos al que estaba sujeto, y ya sin
fuerzas para seguir intentando huir de allí, observó con el horror
reflejado en el rostro, como el dentista se acercaba a él, con un
aparato tan extraño que, a pesar de no ser fan de los dentistas,
sabía que no era propio de ellos.
–No
se preocupe, amigo, no dolerá -dijo el dentista, sentándose frente
a él, sonriendo con exagerado buen humor y los ojos saltones y algo
bizcos.
En
otras circunstancias, se hubiera puesto a gritar y agitar la cabeza
para impedir que aquél demente se pusiera a hurgar dentro de su
boca, pero dadas las circunstancias en las que se encontraba, su
cuerpo y su mente sufrieron tal parálisis que sólo pudo observar,
con los ojos desorbitados, como aquél desquiciado y su ayudante, que
no se quedaba atrás en locura, con aquellos pelos revueltos, y
aquella risa floja, se inclinaba sobre él abriendo y cerrando aquél
extraño aparatejo.
–Abre
grande y no tiembles, boludo, que no tardaremos nada.
Un
fuerte dolor en la muela que le había estado molestando durante los
últimos tres días le devolvió a la realidad, justo cuando el
dentista loco tiraba de ella para extraerla de forma salvaje.
–¡Señor!
¡Señor! ¿Se encuentra bien?
La
suave y tranquilizadora voz de la joven ayudante de su dentista, que
le miraba preocupada, le devolvió a la realidad.
La
falta de su sueño por el dolor había hecho que se traspusiera un
poco mientras esperaba su turno. El horror que le tenía a los
dentistas, había hecho el resto. Por fortuna, sólo había sido un
mal sueño causado por aquellos dos factores.
–Sí.
Si, estoy bien.
–Bien,
ya puede pasar, señor.
Más
tranquilo, pero no por ello menos turbado, se levantó de su asiento
y siguió a la joven dentro de la consulta, aliviado -eso sí-, al
comprobar que ninguno de los demás pacientes que esperaban su turno
parecían haberse dado cuenta de nada.